“La disminución de la cobertura de vacunación en Estados Unidos puede tener y tendrá consecuencias globales”.

Durante décadas, la vacunación ha sido un pilar fundamental de la salud pública en Estados Unidos. Esto se basa, en particular, en la experiencia del Comité Asesor sobre Prácticas de Inmunización (ACIP), establecido en 1964. Su misión es brindar recomendaciones independientes basadas en la mejor evidencia científica disponible para el uso de vacunas. De este modo, el comité ha contribuido a la integración progresiva de las vacunas disponibles en un calendario de vacunación armonizado, actualizado anualmente.
Mediante campañas nacionales periódicas, el país ha logrado eliminar o controlar enfermedades que antes eran temibles —sarampión, tos ferina, polio y difteria— y que causaban un gran número de muertes y discapacidades cada año. Si bien en 1919 se registraban casi 13 muertes por sarampión por cada 100,000 habitantes en Estados Unidos, esta tasa se había reducido a cero tras la introducción de la vacunación generalizada.
Si bien la evidencia científica sobre la eficacia y seguridad de las vacunas nunca ha sido más sólida, algunas de estas enfermedades están resurgiendo. El sarampión, declarado erradicado en EE. UU. en el año 2000, está circulando de nuevo a un ritmo preocupante, con más de 1000 casos reportados en 2025 , debido a la disminución de la cobertura de vacunación.
Un estudio publicado en abril en la Revista de la Asociación Médica Americana (JAMA) predice que una disminución del 10 % en la cobertura de vacunación contra el sarampión podría provocar más de 11 millones de casos adicionales en Estados Unidos durante los próximos 25 años. La tos ferina, controlada desde hace tiempo, está experimentando un preocupante resurgimiento. Otras amenazas incluyen el posible resurgimiento de la polio, cuya casi erradicación se consideró una gran victoria para la medicina moderna.
Lo que vemos hoy en Estados Unidos refleja, de forma exacerbada, lo que ocurre en muchos otros países, incluida Francia. La pandemia de COVID-19 ha puesto de manifiesto la magnitud de la desconfianza ciudadana hacia las autoridades sanitarias, los expertos y, en general, las vacunas. La velocidad con la que se desarrollaron las vacunas de ARNm, el flujo de información a veces contradictoria de los expertos y la instrumentalización política de ciertas medidas de salud pública han contribuido a crear un clima de sospecha persistente.
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